El Mercado de San Antón, en el madrileño barrio de Chueca, iba a ser testigo de aquello. Juntos, entraron. Un solo paso bastó para despertar todos sus sentidos. Vista, oído, tacto, olfato y gusto, en alerta. El festín había comenzado.
Ambos adoran la buena comida. De vez en cuando no dudan en darse un capricho y éste fue uno de ellos. Subieron al primer piso. La oferta gastronómica es tan atractiva, que no fue tarea fácil decidirse. Después de ojear todos los puestos, se sentaron en la barra que rodea al mercado. Para empezar, un vermú de barril, como manda la tradición de un buen Madrid castizo, y para picar, unas croquetas de foie y boletus. Exquisitas, suaves, con un equilibrio perfecto de sabores, de esos que tu paladar procura no olvidar jamás.
Ellos tampoco se olvidan. No dejan de pensar el uno en el otro, ni de quererse, a pesar de que la distancia que les separa desde hace algo más de un año, en ocasiones, haga difíciles las cosas. No solo se quieren. Se aman. Y como los momentos juntos son escasos, disfrutan como niños de placeres como éste. Una botella de vino blanco, una tapa de hummus y un sugerente pulpo al horno dieron paso a una delicada ostra, que saborearon pensando en las vacaciones que pronto llegarían. Fusión entre mar y montaña. Una celebración por todo lo alto. Una demostración más de que el amor que hay entre ellos sigue más vivo y fuerte que nunca.
Para despedirse, una visita a la azotea del mercado. Pensaban tomarse algo, pero el calor abrasador y sofocante que hacía ese sábado de julio, les invitó a buscar un sitio más cómodo en el que continuar lo que terminaría siendo un día para guardar en la mochila de los recuerdos.
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