Se
llama Conchi. Tiene taitantos, como le gusta decir a ella. Es castaña, de
mediana estatura y de caderas anchas. Leísta, como los buenos vallisoletanos.
Se pone muy nerviosa cuando sus hijos no le cogen el teléfono y llama
insistentemente una y otra vez como si fuera a acabarse el mundo. Incluso le
dice a su marido Alberto que lo intente él a ver si tiene más suerte. Como ella
detesta la tecnología y no quiere saber nada de smartphones, ni mucho menos de
what’s app, es él quien tiene que “ponerles” un what’s app a los niños para que
hagan el favor de cogerle el teléfono a su madre o devolverle la llamada.
Es
familiar. Adora a los Arias. Es una de ellos, La Calis. Segunda matriarca, me atrevo a decir. Feliz cuando reúne
a los Mallol Arias. A los tres. Un rato. Dan mucha guerra y ya ha perdido la
costumbre. Eso, que ya les tiene creciditos.
Cuando
discute, se calla. Y ya le dice su hermana, La Marga, que si piensa que es más
guay por callarse, que cuando las cosas se dicen con educación, bien dichas
están. Ni por esas la convence.
Sincera.
Atenta. Discreta. Persuasiva. Tanto, que es capaz de vender con éxito vino del
Penedés en pleno corazón de la Ribera del Duero.
Presume
de cómo le sale la tortilla de patatas. Y bien puede hacerlo. Hasta su yerno,
un cocinero de postín, se relame cuando la come. Le encanta su pueblo,
Alcazarén. No es para menos. Allí pasábamos los veranos y qué veranos. Villa
Conchi es para ella un cortijo. Y no lo es. Pero a la mujer le hace ilusión.
Es
creyente y practicante. Bueno, en verano. Cosas de los pueblos. O de las
ciudades, porque su madre, La Conce, bien va a misa de nueve todos los días
esté donde esté. Lo suyo es raro. Los kiwis le parecen preciosos y hasta dice
que le gustaría reencarnarse en uno. Cosas de cristianos. O no, más bien.
Le
encanta ir a andar por el Esgueva. La playa vista bajo la sombrilla porque
no le gusta tomar el sol y rara vez la verás en el agua. Ella es más de secano.
Disfruta
viajando. Dónde sea. Y todavía está esperando a que su hija la mayor la lleve
al Taj Mahal con el primer sueldo de enfermera como la prometió. Han pasado ya años, pero ella no pierde la ilusión.
Soñadora.
Como su hija la del medio. Quizás más racional, como la mayor. El pequeño es
como el padre.
Es
fan de Serrat. Su canción preferida es ‘Lucía’, como se llama una de sus hijas.
Quien escribe estas líneas. Y lo hace porque cree tener la mejor madre del
mundo.
Gracias mamá por todo lo que haces por nosotros. ¡Te quiero!
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