sábado, 3 de mayo de 2014

Mi madre

Se llama Conchi. Tiene taitantos, como le gusta decir a ella. Es castaña, de mediana estatura y de caderas anchas. Leísta, como los buenos vallisoletanos. Se pone muy nerviosa cuando sus hijos no le cogen el teléfono y llama insistentemente una y otra vez como si fuera a acabarse el mundo. Incluso le dice a su marido Alberto que lo intente él a ver si tiene más suerte. Como ella detesta la tecnología y no quiere saber nada de smartphones, ni mucho menos de what’s app, es él quien tiene que “ponerles” un what’s app a los niños para que hagan el favor de cogerle el teléfono a su madre o devolverle la llamada.

Es familiar. Adora a los Arias. Es una de ellos, La Calis. Segunda matriarca, me atrevo a decir. Feliz cuando reúne a los Mallol Arias. A los tres. Un rato. Dan mucha guerra y ya ha perdido la costumbre. Eso, que ya les tiene creciditos.

Cuando discute, se calla. Y ya le dice su hermana, La Marga, que si piensa que es más guay por callarse, que cuando las cosas se dicen con educación, bien dichas están. Ni por esas la convence.

Sincera. Atenta. Discreta. Persuasiva. Tanto, que es capaz de vender con éxito vino del Penedés en pleno corazón de la Ribera del Duero.

Presume de cómo le sale la tortilla de patatas. Y bien puede hacerlo. Hasta su yerno, un cocinero de postín, se relame cuando la come. Le encanta su pueblo, Alcazarén. No es para menos. Allí pasábamos los veranos y qué veranos. Villa Conchi es para ella un cortijo. Y no lo es. Pero a la mujer le hace ilusión.

Es creyente y practicante. Bueno, en verano. Cosas de los pueblos. O de las ciudades, porque su madre, La Conce, bien va a misa de nueve todos los días esté donde esté. Lo suyo es raro. Los kiwis le parecen preciosos y hasta dice que le gustaría reencarnarse en uno. Cosas de cristianos. O no, más bien.

Le encanta ir a andar por el Esgueva. La playa vista bajo la sombrilla porque no le gusta tomar el sol y rara vez la verás en el agua. Ella es más de secano.

Disfruta viajando. Dónde sea. Y todavía está esperando a que su hija la mayor la lleve al Taj Mahal con el primer sueldo de enfermera como la prometió. Han pasado ya años, pero  ella no pierde la ilusión.

Soñadora. Como su hija la del medio. Quizás más racional, como la mayor. El pequeño es como el padre.

Es fan de Serrat. Su canción preferida es ‘Lucía’, como se llama una de sus hijas. Quien escribe estas líneas. Y lo hace porque cree tener la mejor madre del mundo.

Gracias mamá por todo lo que haces por nosotros. ¡Te quiero!




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