domingo, 1 de septiembre de 2013

La Bicicleta y los recuerdos de su infancia

Adrián solía pasar a buscarme antes de ir al colegio. Él iba en su bicicleta, una BH roja, oxidada y con ruedines, que yo le pedía insistentemente, día tras día, sin éxito alguno. Mientras él pedaleaba sin cesar, yo corría a su lado. Así, cuando se le caían los libros, yo me encargaba de recogerlos. 

 

Mis padres me habían prometido que me regalarían una por mi cumpleaños, pero ya tenía cinco años y la bici no llegaba nunca. Mi madre no trabajaba. Ayudaba a la Juana, la peluquera del pueblo, cuando ésta se lo pedía y mi padre se dedicaba a cuidar las tierras de un hombre rico. Faltaban siete días para mi cumpleaños y todos los días, antes de irme a la cama y al levantarme le hacía a mi madre la misma pregunta. Mamá, ¿me regalaréis la bici este año? No sé, hijo, contestaba ella.

Llegó el día. Mis padres me habían preparado una fiesta modesta a la que habían invitado a mi familia y a mis amigos del colegio. No hay muchos regalos, pensé. Pero faltaba mi abuelo y el suyo solía ser el mejor, el que más me gustaba. Era ebanista. Mimaba tanto la madera que hacía cosas increíbles. 

Normalmente, me daban los regalos después de la merienda, con la tarta. Pero ese día, mi abuelo me hizo un gesto y nos fuimos a la cocina. Quería darme su regalo y no podía esperarse. Sabía que me iba a hacer tanta ilusión que prefirió jugarse una reprimenda de mi madre. Quería disfrutar viéndome la cara que pondría cuando lo abriera. Ser cómplice de mi ilusión. "Venga, ábrelo, te va a encantar". Era un paquete gigante. Estaba envuelto en papel de periódico. En cuanto quité parte del papel, vi que era la bici con la que tantas noches había soñado. Era de madera, de una sola pieza, sin pedales, sin ruedines. Gritando de la emoción, correteé hasta el salón, donde estaban todos los invitados. "Ya tengo bici, ya tengo bici. Gracias, abuelo. Eres genial".





Desde aquel día, no me separé de ella. Crecí. Ya no fue mi abuelo quien me regaló las siguientes bicicletas, pero gracias a él descubrí un sentimiento de libertad al que no quería renunciar jamás.

Y aquel día mágico en el Mercado de San Antón continuó en La Bicicleta, un bonito cycling café para los amantes de las dos ruedas, que evocó en él recuerdos de su infancia, como aquel día en el que su abuelo le regaló su primera bici.
 

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